19.9.07

José Emilio Pacheco, Las Batallas En El Desierto.

Recuerdo con nostalgia que cuando niño ninguno de mis amigos tenía tenis ni ropa gabacha (Norteamericana). Curioso es que ahora están de moda los tenis PANAM estos que fueron odiados por muchos de mi generación ya que fueron los que usábamos por no podernos comprar los gabachos los cuales solo unos cuantos tenían; -me los trajo un tío de Chicago- decían… El que mejor acomodado estaba tenia su Atari y su video casetera superbetamax estos que llamamos siempre los riquillos del bario, de la computadora mejor ni hablar. Yo no veía caricaturas, ya que la única televisión de casa siempre estaba ocupada por mi Mamá que no se perdía novela alguna. Así que mi diversión era jugar canicas, tacón, bolillo, hoyitos, encantados, escondidillas por supuesto tenía mi colección de luchadores a los cuales le llamábamos a todos por igual: “SANTOS” muñecos de plástico no articulados, entonces se podía jugar libremente en la calle, echábamos cascarita con la otra cuadra de a chescos (por cierto que en mi cuadra teníamos uno de los mejores equipos de fútbol.) En fin ya no haré más largo el cuento, más bien es solo un preámbulo para hablar de una maravillosa novela corta:
“Las Batallas En El Desierto” de José Emilio Pacheco (ERA, 1981)
Por: José Woldenberg
Nos narra La remembranza de un México ido, una historia de amor precoz e imposible y un desenlace trágico, el México de fines de los cuarenta y principios de los cincuenta es el pasado que se convierte en un país extranjero como lo dice el propio epígrafe del libro. La memoria de la ciudad irradia la sensación de que nada perdura y todo cambia, lo inaprensible que resulta el pasado, la vida que corre y el entorno que se transforma. Se trata del México de la posguerra o la Guerra Fría, según el cristal con que se mire; de la hegemonía del radio y de la inexistencia de la televisión, de la introducción de los automóviles espectaculares, de las voces y los programas de Paco Malgesto, Carlos Albert, el Dr. I.Q., los modismos del lenguaje de Tin Tan; de la ilusión en la modernidad, ese espejismo evanescente; del tránsito de los gobiernos encabezados por militares a los civiles. De “las alegorías del progreso con Miguel Alemán como Dios Padre”.
Es el México que ha dejado atrás la lucha armada, que genera grandes migraciones del campo a la ciudad, el país que inicia su proceso de industrialización y empieza a modificar sus usos y costumbres: del tequila al whisky, del chicharrón a los “platos voladores” (flying saucers), del jabón a los detergentes (los tres movimientos de Fab). Un país que mira al futuro con fruición y enormes expectativas. Y José Emilio Pacheco lo recrea con calidez y humor. Hay por un lado un sentimiento de pérdida, de estación irrecuperable, y por el otro, una mirada escéptica, con una cierta dosis de amargura.
Y en una escuela de la colonia Roma en la ciudad de México, conviven niños de diferentes estratos sociales; además de árabes, judíos y un japonés. Es la escuela todavía un espacio donde confluyen el hijo del empresario próspero y el de la sirvienta. Un espacio donde el profesor Mondragón insiste en señalar que todos son mexicanos y que no deben “heredar el odio”. No obstante, “las batallas en el desierto”, imitación de la guerra entre árabes e israelíes, se suceden entre los niños. El mundo escolar intenta aún tender puentes de comunicación entre pobres y ricos; contactos que serán dinamitados con el correr del tiempo.
En ese ambiente, Carlos –Carlitos- conocerá a la madre de uno de sus compañeros (Mariana) y quedará prendado de ella. Se trata de la amante de un político destacado, mujer de una belleza singular, joven, amable y comprensiva, a la que Carlitos, en un arranque incontenible, declara su amor. Luego de lo cual se desata un torbellino que acaba modificando el rumbo de sus vidas. La reacción de padres, maestros, psicólogos es desproporcionada, y José Emilio Pacheco las trata con una buena dosis de ironía (resulta más que gozoso el diálogo de los terapeutas que ven, por supuesto, lo que sus prejuicios les permiten ver), pero el desenlace –aunque ambiguo- no deja de ser trágico. Como diría en uno de sus poemas posteriores: “La figura del huésped solitario en la ciudad hostil resume el paso por la vida” (“De paso” en El silencio de la luna. ERA. 1994. p. 48).Pero la historia de Carlos y Mariana tiene un trasfondo: el México de las grandes esperanzas y las desproporcionadas pillerías, de la paz construida a pulso y de los contratos, obras públicas, especulación con terrenos, que convertirán en ricos instantáneos a políticos de la época. Donde unos ven a una clase política “trabajando al servicio de México”, otros observan a “Alí Babá y los cuarenta ladrones”. Mariana que, según la versión de un condiscípulo de Carlos, un día reclama a su amante por tanta desfachatez y enriquecimiento inexplicable, recibirá por respuesta un bofetón y el rotundo calificativo de “puta”. Luego de lo cual, Mariana se suicida.Pero esa es sólo una versión. Otra, puede ser, que simplemente ella y su hijo se largaron, dando la espalda a los cuchicheos y maledicencias. Y otra más: que a lo mejor nunca existieron. Carlos pregunta por ellos en el edificio donde vivían, pero nadie los recuerda. Se han desvanecido. Por ello, el Carlos adulto que escribe sus memorias, bien podría afirmar: “Consuelo de la letra:/ la hosca vida/ encerrada en algunos signos” (El silencio… p. 105).
La transparencia del relato, el tono nostálgico, los múltiples significados de la historia, convierten a Las batallas en el desierto en un texto ejemplar. Un lenguaje exacto, contenido, carente de grandilocuencia, casi coloquial, reconstruye una atmósfera política, social y cultural: la del llamado “milagro mexicano”, hoy tan borroso. JEP realiza un viaje al pasado, un ejercicio de memoria, y logra congelar el espíritu de una época que, como todas, merece no desaparecer por completo.Pero además, explora unas relaciones familiares y sociales de las que se desprenderá el México del futuro, el de los ochenta. Treinta años antes, una clase media emprendedora y unas condiciones económicas favorables a su crecimiento. Familias patriarcales y “casas chicas”; hermanas que empiezan a estudiar más allá de la primaria y la secundaria. Héctor, el hermano mayor, es desde siempre un tipo de extrema derecha, pero mientras a fines de los cuarenta hace tropelía y media, entre otras, el acoso sexual reiterado contra las sirvientas, al inicio de los ochenta, acaba siendo un “hombre de negocios respetable”.
Pero es la pulsión amorosa de un niño por una mujer joven el rasgo dramático más sobresaliente. Se trata de una obsesión creciente, sin retorno. Y JEP la describe de manera tersa e intensa. Esa pasión se convierte en el catalizador de una historia sin desenlace feliz. El amor de Carlitos no sólo no puede ser correspondido, sino ni siquiera comprendido. Se encuentra condenado, quizá como todos los sueños de la época, al fracaso.
Al final, el narrador subraya: “Qué antigua, qué remota, qué imposible esta historia. Pero existió Mariana… Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa… Todo pasó como pasan los discos en la sinfonola”.Unos años después, José Emilio Pacheco escribió un poema que también podría ser el colofón de Las batallas: “Culebrón nuestras biografías,/ escritas en el aire con mala letra,/ líneas torcidas;/ mezclas vulgares/ de lo trágico y lo irrisorio”. (El silencio… p. 147)(José Emilio Pacheco recibirá el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca. Las notas anteriores no son más que una más de las invitaciones a la lectura de su obra) (Reforma, 20/10).


De esta gran novela se inspiro café tacuba para crear su gran rola “Las Batallas”… Si no has leído esta novela no se que esperas bajala y léela, te la chutas en un par de horas. Cómprala vale la pena, cuesta máximo como 70 pesos.

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